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Mudanzas, gatos, ordenadores y… July 15, 2004

Posted by Tindriel in La vida, Yo soy yo.
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11.45

La mudanza está hecha y terminada, o eso creo. Ya sólo falta limpiar la antigua casa, colocar de verdad libros y cds, comprar un cuadro, o dos, y terminar de empapelar y tapar la terrible cenefa de la cocina (el baño lo dejo para septiembre).
Algunas cosas no caben, la mesa de estudio es centímetro y medio más larga de lo que debiera (he tenido que cambiar su ubicación) y otras combinaciones no terminan de gustarme. Pero hay tiempo, no me voy a agobiar con eso. El caso es que la casa está. Y Ulises está en ella.
Su presencia es, a un tiempo, deliciosa y molesta. Sí, porque que se tumbe en tu regazo mientras escribes al ordenador, o mientras ves una peli, es genial. Le oyes ronroneando cuando entras en una habitación y se te cae la baba. Pero que te despierte a las 7 de la mañana porque quiere comer, y no quiere hacerlo solo, es mosqueante. Más si al prepararte un té descubres que no te queda la variedad para el desayuno. Pero bueno, no me quejo, los momentos buenos son más que los malos, y los superan en calidad.
La única pega es su antigua dueña. Ayer me llamó porque quería ver al gato (cosa que me parece muy bien) y quería que le diera mi dirección (cosa que no me parece tan bien). Tuvimos una conversación muy muy desagradable. En realidad fueron 3 a lo largo de la tarde. En todas me acusó de estar escondiendo algo, de tener encerrado al gato en una jaula, de no darle de comer, de no haberle sacado del trasportín ni darle agua desde el mediodía del martes, e incluso de estar experimentando con él. Y ahí ya me cabreé, y mucho. También me dijo que no entendía por qué desconfiaba de ella, y le contesté que, simplemente, la estaba pagando con su misma moneda. Lo mejor fue cuando le dije que el gato se quejaba mientras hablábamos porque quería que le cogiera en brazos y no podía. Su respuesta fue “¿pero qué va a querer que le hagas mimos?… ¡¡Si ni siquiera me los pedía a mí y a ti no te conoce!!”. No dije lo que pensaba, pero me faltó un pelo.
Y mi portátil está muerto. O hibernando, que para el caso es lo mismo… No funciona. Plutarquete estuvo en casa y le echó un vistazo, pero no sirvió de nada. Sigue sin querer encenderse cuando aprieto el botón de on. Mierda, mierda, mierda. Formatearlo para esto… Y lo peor es que he pedido el ADSL y necesito el jodío ordenador. ¿Alguien sabe cómo despertar un portátil durmiente y está dispuesto a trasladarse a mi casa a cambio de una cerveza y algo de comida?
En casa de mis padres, el domingo, recuperé unos viejos cuadernos. Mis diarios de adolescencia. De los 13 a los 19/20 años, más o menos. Dudé entre quemarlos o leerlos, me convencieron para lo segundo, y ahora (cuando voy por los 16 años) creo que debería haber hecho lo primero. He dejado de leerlos. Me deprimen. Fui una adolescente veleta, caprichosa y bastante tonta. Sí, ya sé que todos lo fuimos en algún momento, pero lo mío era pasarse. No me gustaba nada, y ahora tampoco me gusto a esa edad.Y no, lo que era no me ha traído aquí. Si lo ha hecho algo ha sido lo que me pasó después, a partir de los 19 años, y la persona en que me convertí con los golpes. La adolescente de entonces no habría llegado hasta aquí. Jamás os hubierais hecho amigos suyos, lo sé. Yo tampoco habría podido.
La casa es grande. Demasiado grande a veces. Sobre todo cuando me invade la nostalgia, la morriña, o la tristeza. Ulises ayuda, pero a veces no es suficiente estar detrás de un gato para que no se suba a mi cama. Pero, sobre todo, la casa está lejos de todo y de todos. Y los pocos kilómetros que me separan de la ciudad se me hacen eternos. Saber que iba a pasar no ayuda en absoluto. Las noches son frías y las distancias se antojan altos muros casi infranqueables. No quiero ponerme así, no me gusta. Menos cuando hay más gente diciendo que algo malo va a pasar. Mientras, una carta, que cada vez me parece más absurda y futil, descansa en un cajón esperando tiempos mejores. Cría polvo. Como otros objetos que aún no están en la casa, y otros que aún no han salido de ella.
Hay cosas, mías, que empiezan a lastrar el alma. Palabras que no me han dicho crean pesados silencios en mi salón. Augurios desagradables me invaden y la tristeza empieza a ganar la partida, aunque sepa que no debo dejarla.
Hoy vuelvo a mi antigua casa. Cuatro paredes que me traen demasiados recuerdos, que eran un auténtico refugio. Sólo han pasado unos días, pero qué distinto es, no sólo parece, todo ahora…

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