jump to navigation

PALABRAS November 21, 2002

Posted by Tindriel in Relatos.
add a comment

Y las palabras salieron del libro. Después de años de usos y abusos, habían encontrado la forma de hacerse reales. Y, de un pequeño saltito, consiguieron escapar de las rejas del papel. De la cárcel de las tapas de cuero y piel.
Todas salieron al mismo tiempo, creando un caos imaginario en la pequeña mesa del escritor. Las hojas que antes las contenían, estaban ahora vacías. Y el volumen, ya no tenía nombre. Miles de palabras, millones de letras repetidas una y otra vez, decidieron pasearse por la habitación. Viendo por primera vez aquello a lo que, sin saber por qué, daban nombre.
La última en saltar miraba asustada a todas partes, intentando apaciguar un ánimo demasiado exaltado. pero no sabía como acallar el zumbido insolente que el baile de palabras estaba creando. Un ronroneo al principio inapreciable que, poco a poco, estaba acallando el resto de sonidos del exterior.
Las palabras caminaban juntas, se subían las unas a las otras, intentaban descubrir un mundo que se había quedado sin nombre. En el que, ahora, todo era caos. Intentaban organizarse con algún sentido, comunicarse unas con otras. Pero sólo sabían qué eran ellas. No entendían que querían decir las mismas letras que las formaban, en otro orden.
Y “silla” no era capaz de encontrar aquello a lo que nombraba. Como si al salir del libro, hubieran dejado de existir. Como si su significado ya no valiera nada. Todas estaban perdidas en un mundo demasiado grande. Poco a poco se fueron juntando aquellas que eran iguales entre sí. Separadas unas de otras. Con un muro de recelo entre cada grupo. Ninguna se atrevía a romper el orden. Tras el primer deseo de aventura, había llegado el miedo a lo desconocido. Y ya se sabe que, cuando no se le puede poner nombre, el miedo es siempre mayor.
Fue entonces cuando el escritor, viejo, canoso, entró temblando en el despacho. Miles de palabras, millones de letras, se mostraron ante él con una consistencia desconocida. Todas las palabras que durante años había utilizado, incluso aquellas cuya existencia ignoraba, estaban ante él. Podía tocarlas, jugar con ellas. Colocarlas formando frases para ver su efecto antes de apresarlas entre la celulosa y la tinta.
Miró la estantería y pudo ver que aquel libro al que solía llamar “diccionario”, yacía inerte sobre una balda. Sus hojas estaban en blanco, el color de las tapas sólo se veía interrumpido por el oro del ribete. ya no tenía nombre, ya no era útil. Y él no recordaba cómo se llamaba aquel libro. Ni siquiera podía saber qué era. Su mente estaba tan vacía como aquellos folios. Las palabras también habían escapado de él, y poco a poco iban llenando aquella habitación.
Sin saber por qué, ni qué hacía, cerró los ojos y se echó a llorar. Bajo una lluvia salada, las palabras, poco a poco, regresaron cabizbajas a su última morada. Sabían que, fuera de la seguridad de aquella cárcel, eran sustituibles. Fuera de los libros no eran nada.

SEGUNDA PARTE November 20, 2002

Posted by Tindriel in Relatos.
add a comment

El leñador salió de la casa y siguió su camino. Había cumplido su misión y dejaba atrás otra lucha a muerte. No quiso echar un último vistazo hacia el salón en el que había dejado a una dulce ancianita, una dulce niña y un malvado lobo, que ya no respiraba. Pensó que nada podría salir mal ahora que el peligro estaba tendido en una mullida alfombra.

La niña miraba aquel pellejo gris mientras se escondía en los brazos de su abuela. Había querido abrazar al leñador, agradecerle lo que había hecho. Pero el miedo había pegado sus pequeños zapatos al suelo de la cabaña. Aún seguían pegados. Mientras, su abuelita le acariciaba cariñosamente el pelo mientras repetía, con voz cada vez más cansada, que ya había pasado todo.

Rompieron el mágico hechizo del abrazo. Sacaron el cuerpo inane de la casa. Y esperaron que el mundo recuperara la normalidad. La niña no quiso sacar la tarta, ni la miel, ni las flores. No quería, o no podía hacer nada. Tan solo mirar la mancha roja que hacía juego con su vestido. La abuela decidió mandarla a casa. Ya no había lobo. Ya no había nada que temer.

Un efímero beso juntó las mejillas de las dos edades. Y la niña no pudo evitar pensar que, quizás, ésa era la última vez. Luego emprendió el regreso a casa. A la seguridad del hogar. Mientras caminaba, intentaba mirar el camino como algo nuevo, como parecían verlo los demás.

Pero algo se lo impedía. Faltaba algo y, en cierta forma, lo echaba de falta. Al menos antes sabía a qué debía tenerle miedo. El leñador, con su hacha y su buena intención, había destrozado el delicado equilibrio en el que flotaba. Había hecho desaparecer el peligro, pero no el miedo. Éste, si cabe, era ahora mayor.

Porque ahora no tenía forma, ni nombre, ni color. Ahora no podía unirse a nada. Ni podía descartarse a nada.

El leñador había acabado con el lobo, y con las leyendas asociadas a él. Pero había dejado vivos al resto de fantasmas que rondaban el bosque. Y seguía habiendo lobos, la niña lo sabía. Aunque desconocía dónde se escondían, de dónde saldrían la próxima vez.

Recordó que debía estarle agradecida al leñador, que debía haberle dado las gracias. Y le odió por ello. Por acabar con sus esquemas. Por destrozar el equilibrio sin preocuparse de construir otro. Por no mirar atrás cuando dejó la casa. Y deseó que el lobo hubiera ganado aquel combate. Que hubiera acabado con todos. Así al menos, en el estómago del lobo, no habría estado sola.

AUREA August 23, 2002

Posted by Tindriel in Relatos.
add a comment

Su sonrisa. Su cara pecosa iluminada por la radiante mueca de sus dientes. eso es lo que más recuerdo de ella. No sus manos, ni sus ojos. Ni siquiera las palabras vomitadas en todos los últimos instantes. La inocencia, de tener rostro, sería el de sus mandíbulas brillando a la luz del sol.

Es su sonrisa lo que más recuerdos perdidos me acerca el día a día. Y ella no es, no era, consciente de su poder infantil. Recuerdo que sonreía siempre. Para ella la vida era una auténtica fiesta. Las desgracias algo que también había que celebrar. ¿Cómo no sonreir cuando te regalan la sonrisa? Esa era ella. Siempre danado y pidiendo poco, apenas nada.

Era joven y su piel ya se plegaba junto a sus labios. Arrugas prematuras que son la huella de la felicidad. Y sin embargo no tenía grandes motivos para sentirse dichosa en su cuerpo. Algo la comía por dentro mientras ella sonreía el amanecer de cada día nuevo. Unas horas eran un regalo. Cada estrella descubierta, cada paso dado era un don arañado al destino. Así era su vida.

También recuerdo el día que la realidad me abofeteó unas entrañas que, desde entonces, están secas. Leucemia. Qué palabra tan grande para un ser tan pequeño. Un monstruo que avanza, sin prisas pero sin olvidar un paso, viviendo sólo para su placer, atento sólo a su egolatría. A expensa de la vitalidad ajena. Mal castigo para la bondad.

Te conocí así, enferma. Consciente de lo que ocurría en la fuente de tu vida,en cada trocito de tí. Y me sorprendió tu entereza, tus ganas de explorar un mundo que sabías que jamás te pertenecería. Me dolía tocarte, besar tu dulce piel. No quería tener el recuerdo de tu hechizo en mis labios. Pensaba que, si no se conoce, no puede faltar. Me equivoqué. En el laberinto caótico de mi vida más valdría tener un Norte, saber que la bondad existió. Saber que me tocó podría arreglar mi veleidosa brújula.

Tu sonrisa, faro de Alejandría, aún hoy puede relajarme, arrancarme una mueca de humanidad, quizás la única que me queda. Han pasado muchos años, pero tu encantamiento sigue fuerte. Aún resuenan en nuestros oídos las palabras mágicas que vertiste en él.

Jamás estarás más viva que cuando te recuerdo. Que cuando te encuentro, agazapada en un pliegue de mi alma, luchando por no sucumbir al embrujo del olvido. Y pongo frases en tu mente, consejos en tus manos, caricias en tu pelo. Nunca más viva que cuando acudo a tu sabiduría de niña para buscar consuelo. Y puedo olvidar que estás lejos. Te doy un cuerpo nuevo, palabras viejas de tanto usarlas. Y no te echo de menos.

Puede que sin esa última sonrisa, cuando tu cuerpo rechazó mi vida, próximo ya el lamento del mundo, yo no habría aprendido tanto de tí. Me enseñaste el valor de la verdad, la calidad de la ingenuidad. La insustituible necesidad de las caricias. La incomprensible genialidad de la piel. La verdad encerrada en una sonrisa.

Yo, a cambio, te doy una vida nueva. Llena de esperanza y promesas de felicidad que nunca se cumplen. te llevo conmgo, y así sé que no te has perdido nada. Porque cada paso que doy, cada lección que aprendo, tú lo recoges de mí. Aunque no te haga falta. Te fuise joven, pero ya eras sabia. Ya conocías lo que yo tardé años en comprender, el incalculable valor de un abrazo.

Noviembre de 2001

TIRANO August 22, 2002

Posted by Tindriel in Relatos.
add a comment

Si cierro los ojos, tumbada en la cama, aún puedo sentir el cálido contacto de tus yemas. Tu calor no ha abandonado mi presencia. Giro sobre mí misma sólo para descubrir que la cama aún conserva las huellas de tu descanso. Como si de una impresión digital se tratase, sé que tu vida es la única que hubiera podido ocupar el hueco nostálgico que permanece en mi lecho.

Acaricio las sábanas, hundo mi rostro en tu resto de almohada. Intento retener en la memoria los últimos vestigios de tu estancia en mi alma. Tu aroma permanece aún unido a mi sudor, permitiéndome una ilusión cada vez que inspiro vida.

El recuerdo de anoche aún palpita en mi carne. Piel de gallina, vello erizado en cada acercamiento. Aún siento la presión de tus caricias. La humedad de tus labios recorriendo mis más íntimos senderos, descubriendo secretos. Pero es tu piel lo que más hormigas despierta en mis entrañas.

Dulce, rápida, tierna. Apasionada, fuerte, rebelde. Cada choque de olas conmueve la tierra sobre la que se asientan mis pies. Cosquillas, dulzura, alegría. Mimosas manos que se detienen en mi corazón. Química que despierta con cada hachazo de tu sabia.

Aún recuerdo nuestro primer contacto. Casual y furtivo, como un animal herido que se revuelve contra el cazador insensible. Eléctrico, vibrante, dispuesto a despertarme de mi letargo. Y fue su magia la que nos acercó al descubrir en nuestras asombradas pupilas el fuego del reconocimiento. No necesitamos decir más. Recuerdo que desde entonces nuestras manos se dedican a buscar la reciprocidad de nuestras sonrisas. Cada vez más alto, cada vez más difícil. Cada vez más sumidos a la tiranía de nuestros sentidos.

Cuerpos dictando normas. Piel legislando la importancia de no hablar. Afortunadamente, con el tiempo, hemos sabido unir a Eros y Platón bajo un mismo lecho, entre unas mismas sábanas.

Los recuerdos de antiguas guerras libradas en nuestros secretos campos de batalla se agolpan en mi cabeza, pugnando por salir y aspirar unos momentos de eternidad. Mientras, tú terminas tu ducha diaria. E imagino tu piel. Sensitiva y sensible, con los poros dispuestos a recibir mi pasión. Perladas gotas surcan tus ríos, aferrándose a cada resquicio que encuentran para no abandonar tu sensualidad.

Dentro de cinco minutos saldrás del baño, regalando a mi iris una belleza a la que aún no se ha acostumbrado. Y volveré a caer en tus brazos. Porque tu piel es mi dueña y mi destino. Porque en ella estoy atenta a cada nota que arrancan tus manos.

Quiero volver a tus huecos. Corazón apaciguado, cuerpos desbocados. Manos rápidas que se pierden en los nudos de nuestro abrazo. Puro acto gozoso, placer para la dermis.

Se cierra el grifo de la ducha y se abre el de mi espera. Oigo como cae la última gota y sé que te estás envolviendo en una toalla, sin secarte, porque sabes que me gusta. Suena la puerta del baño cuando da paso a tu corporeidad, a mi perdición. Una sonrisa asoma a mis labios entreabiertos, a mi retina dispuesta. Como el primer día. Como siempre. Y así, expectante, espero el regreso de la dictadura de nuestra piel.

24 octubre 2001

LA ENCRUCIJADA DEL BOSQUE August 21, 2002

Posted by Tindriel in Relatos.
add a comment

Paseaba por el bosque. No creía en duendes, hadas, ninfas ni cosas así, a pesar de ello siempre miraba debajo de las setas, observaba los huecos de los árboles. Esperaba, o incluso quizás temía, que algo o alguien saliera de allí. Recordaba los cuentos que su madre le contaba de niña. Volver al bosque era volver a su infancia, aunque se había criado en una gran ciudad. Pero este bosque era nuevo y quizás por ello le asustaba. “Lo desconocido asusta” decía su madre. Siempre estuvo de acuerdo con ella. Mas no sólo lo desconocido, sino también lo nuevo, lo diferente, lo impensable. Creía que la locura de uno puede ser, a la vez, la cordura de otro. Pero estaba sola en ese mundo, en el que eso era posible, en definitiva, en su mundo. Era ingenua, no lo negaba. Confiaba en la bondad de las personas cuando no dejaban de demostrarle que era la maldad lo natural en el ser humano civilizado. La gente disfrutaba con el sufrimiento de otros, ella sufría con y por ellos.

Había llegado a un claro. Un pequeño riachuelo atravesaba el lugar. Piedras de todos los tamaños formaban el cauce. El agua chocaba fieramente contra algunas, intentando apartarlas de su camino. Otras veces lamía su superficie con un gesto mimoso, juguetón. Ella se sentó en una de las más grandes, mirando, viendo, observando como fluía la vida. Porque, al fin y al cabo, el agua era vida. Nada permanece igual, todo cambiaba en cuestión de décimas, de milésimas de segundo. Ella sentía que su vida era así. Nunca se repetía nada. No había tiempo para la costumbre, para la rutina. Todo era siempre distinto y eso le asustaba. Le ahogaba, le hacía estremecerse. “Todo cambio es bueno” oía decir, ¡mentira! Si sólo pudiera no estar tan asustada, si consiguiera vencer el miedo. Si pudiera retener un momento. Vivir su vida sin el temor de que todo pudiera desaparecer, desvanecerse como un sueño. Si el sueño nunca se convirtiera en pesadilla.
Se levantó y siguió caminando, a fin de cuentas era lo que siempre hacía. Sin rumbo, sin dirección, sin guía. Sin una mano amiga que la guiara. Ella misma era un bosque, una desconocida. ¡Cómo ansiaba que alguien se tomara la molestia de recorrerla, de medirla, de conocerla! Pero nunca nadie había caminado sus sendas, contemplado sus árboles, cruzado sus ríos. Ni siquiera ella. Se había forjado un mapa, una imagen de lo que era y de lo que los demás querían que fuera. Otro engaño. “No quiero mentir”, pensaba. No quería seguir fingiendo que era lo que no era. Pero estaba perdida en lo más profundo del bosque, de su bosque, del de ellos, y no sabía cómo salir de él.

Un duende, su conciencia, se apareció frente a ella. “¿Qué haces aquí? ¿Dónde vas?. Preguntas sin respuesta. Cuestiones a las que no podía replicar. “¿Por qué tus ojos están secos cuando tu alma, tu interior, llora? ¿Por qué no pides ayuda, por qué no gritas?”. No quiso hacer caso a la visión. La borró de un plumazo, la desechó de su vida de su mente, de su existencia. Pero no sabía si era lo correcto, ¿Cómo saberlo cuando ya has perdido el norte? Lo único que quería era encontrar el camino de vuelta a casa, de vuelta a la normalidad. ¿De vuelta a la uniformidad? Sin embargo ¿acaso no era eso otra mentira, otra ficción?

Reconocer la diferencia no es fácil. Asumirla aún menos. Hacerlo sola…, asusta. El camino se bifurcaba. Se detuvo. ¿Qué hacer? Una senda le devolvía al hogar, a la tranquilidad de la mentira que siempre había vivido. La otra se adentraba en lo desconocido. Se sentó donde ambas veredas se separaban. Sabía que esta vez la solución no iba a venir a ella. Debía pensar, tranquilizarse, decidir. El mundo se derrumbaba, caía a su alrededor. Todo aquello en lo que siempre había creído dejaba de ser una certeza. Todo era cuestionable. Intentó recordar algo que hubiese aprendido a lo largo de los años, algo que la ayudase. No pudo. Nada podía servir de ayuda, sólo ella. Entonces se fijó en un detalle. El camino de vuelta al hogar era recto, el otro, el desconocido, estaba lleno de curvas, recovecos, giros. Y recordó al principito de Saint-Exupéry, “Derecho, siempre delante de uno, no se puede ir muy lejos”. Si volvía a la normalidad, a la uniformidad, si trataba de convertirse en algo que no era, tarde o temprano se encontraría en el mismo lugar, en el mismo punto, en la misma disyuntiva. Al fin y al cabo era distinta, diferente a los demás y nunca encajaría. Lo sabía bien. Era una desconocida, como el camino que debía, que sabía que debía coger. Esa certeza invadió su mente y tomó conciencia, por primera vez, de quién era, de lo que realmente era. Se asustó. Continuó sentada, respirando aceleradamente. Miraba alternativamente, con ojos temerosos, a los dos senderos. Debía tomar una decisión, estaba oscureciendo, se hacía tarde. Se puso en pie, respiró profundamente y cerró los ojos. Echó a andar.

1999

DESPEDIDA SIN FIN August 20, 2002

Posted by Tindriel in Relatos.
add a comment

Querido Jaime:

Qué comienzo más raro. Por primera vez junto esas dos palabras en un folio. Siete años intentando decirlo, y es ahora cuando lo consigo. Cuando sé que la esperanza está perdida. “Querido Jaime”. ¿No te suena raro a tí también?

No puedo decirte adiós. Aunque quisiera hacerlo. Arrancarte de donde estás, hacer un ovillo con nuestros recuerdos y echarlos al mar. Botar un barco con nuestros nombres y dejarlo a la deriva, como nuestra historia. Sin un principio ni un final. Como debería ser esta carta.

Siete años desde el primer beso en la mejilla. Siete años deseando recobrar el contacto inocente. Siete años echándote de menos, incluso cuando estabas. Si aquella noche no hubiera ido, ahora no te extrañaría tanto. Pero fui.

Mi papelera está llena de borradores desechados con tu nombre en ellos. Ensayos de adioses, de saludos, de despedidas y encuentros ficticios, pero no por ello mejores. Amagos de un futuro que pudo ser nuestro, pero que se nos escapó entre los dedos.

“Te recuerdo como eras el último otoño”, decía el poeta. Y es cierto. Te recuerdo como eras aquel último otoño. Sonriente, alegre, divertido. Dispuesto a saltar a la piscina sin comprobar antes si estaba llena. Sólo por el placer de probar, de experimentarlo todo. Sin miedo. Siempre con prisas por llegar a una meta que nunca alcanzabas. Quizás porque, al llegar allí, volvías a cambiarla.

Por eso nadie podía seguirte. Por eso íbamos quedándonos a un lado de tu camino. Mirábamos al horizonte y sonreíamos, contentos de haber podido verte, aunque sólo fuera un segundo. Intentábamos seguirte de nuevo, y volvíamos a quedarnos atrás. Desconcertados, confusos, heridos por tu rechazo inconsciente. Siempre eras el primero en todo. El primero en llegar y dar la vuelta. El primero en reemprender un camino nuevo cada día. Deseando estar en todas partes a la vez.

Ahora ya nadie te visita. Ni siquiera yo. Va a hacer casi seis años que tú te despediste de mí, y uno en que yo te dije un adiós falso, porque no puedo olvidarte. Puedo dejarte a un lado, apartarte lo justo para tomar aire. Pero tu recuerdo sigue enquistado dentro de mí. Arrancándome vida, dándome otra. Sigo adelante, intento no mirar atrás demasiadas veces al día, como tú querías. Y muchas veces me encuentro pensando en tí, imaginándome cómo tu sonrisa me animaría a continuar el camino, a no desfallecer.

Sin ti el camino no sería posible, ¿lo sabes verdad? Sin tu presencia nada de esto tendría sentido. Sin tu recuerdo yo no sería yo. Sin mis recuerdos tú no serias tú. O eso quiero pensar, que por fin los dos nos necesitamos con la misma intensidad.

Querido Jaime… volvemos a empezar.

23 de agosto de 2002