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Sin pelos… April 9, 2005

Posted by Tindriel in Otra mirada.
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Sábado, doce de la mañana. En una apartada mesa de alguna cafetería de esta gran ciudad que llamo mi hogar, comparto desayuno con Carmen, Isabel y Ana. Hace semanas que no nos vemos, cada una inmersa en su trabajo, su vida social y sus relaciones, nuevas o viejas, estables o pasajeras. Carmen e Isabel parlotean incansables mientras de reojo observo a Ana, inmersa en sus pensamientos. Y eso es malo, porque sé que en cualquier momento soltará la bomba. Y así lo hace cuando Carmen e Isabel paran para tomar aire y beber algo de café:
–Ayer fui a depilarme a un sitio nuevo. El sitio donde voy habitualmente estaba hasta arriba y me corría algo de prisa.
Carmen e Isabel levantan la mirada, sabiendo, como yo, que la historia no ha hecho más que empezar.
–Sigue, sigue.
–Bueno, pues eso. Como no tenían hueco me puse a buscar otro sitio por mi zona, y acabé en un local bastante colorista que hay a tres manzanas de mi casa. Hoy he quedado con Juan y quería que me hicieran las piernas, las axilas y las ingles. Sólo por si acaso.
–Chica prudente– la anima Isabel– No hay nada peor que irte a la cama por primera vez con alguien y descubrir que te puedes hacer trenzas con los pelos de las piernas.
–Sí, eso mismo pensé yo. Así que entré, dije lo que quería y me relajé. Me relajé tanto que no me di cuenta de lo que me estaban haciendo hasta que era demasiado tarde. ¡Me han dejado sin pelo!
–¿Y no es eso lo que querías?– preguntó extrañada.
–¡No! Claro que no. Me refiero a que no me han dejado nada ahí abajo, en la entrepierna. Estoy completamente depilada…
–Bueno, tampoco es tan grave, Ana. Todas lo hemos hecho alguna vez ¿no? Además, a ellos les encanta– afirma Carmen con cara de entendida.
–¿Sí? ¿De verdad? ¿Juan no pensará que soy, bueno, que soy un poco extraña?
–Cariño, no sabes lo que dices. ¿no te has fijado nunca en las fotografías de mujeres en las revistas para hombres? ¿O en las que salen en películas porno? De verdad, Juan se va a aquedar encantado.
–Y eso sin olvidar los beneficios de los que disfrutarás tú…
Como siempre, Isabel debe poner la puntilla y crear expectación. Ana y yo la miramos impacientes, esperando que termine su discurso.
–Si no hay obstáculos el camino es siempre mucho más fácil.
–Suave.
–Placentero.
–Cómodo.
–Intenso.
–Vamos, que sientes todo mucho más y los orgasmos pueden ser realmente inolvidables. Bueno, eso si él sabe hacer bien su trabajo.
Las cuatro nos quedamos ensimismadas tras la última frase de Carmen. Ella e Isabel recordando experiencias pasadas. Ana, fantaseando con su cita con Juan. Y yo…
–Y dime Ana– pregunto impaciente–, ¿te importaría llevarme al sitio ese ahora mismo?

Comunicado January 13, 2005

Posted by Tindriel in Otra mirada.
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Acuciada por los cientos de peticiones populares pidiendo más, he acabado sucumbiendo y puedo anunciar que hay nueva mirada en Ojos de gata. Que la disfrutéis.

Erotismo Vs. autoridad January 13, 2005

Posted by Tindriel in Otra mirada.
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Ayer fui a una despedida de soltera. Ni era la primera ni, sospecho, será la última. Eso sí, son todas iguales. Un grupo de mujeres, de las que la mitad no se conoce, se reúnen para cenar y tomar copas con la excusa de que una de ellas ha decidido formalizar un compromiso. Quitando el motivo, no hay nada que la diferencie de otras noches de fin de semana en que decides salir con tus amigas.
En teoría, porque la práctica me dice que sí hay algo que las diferencia: por norma general, las asistentes están más salidas que el pico de una mesa y parece que no hayan visto jamás a un hombre, desnudo o no, a tenor de los grititos que pegan cada vez que el camarero stripper se acerca (cada vez con menos ropa) a la mesa. Jamás las palabras “escalope con patatas” o “ron con coca-cola” estuvieron más cargadas de electrizante erotismo para algunas. Pero, ya lo siento, mi capacidad de imaginar algún tipo de juego sexual con un filete de ternera, o un cubata, es nula. Personalmente prefiero las fresas (que no chorrean aceite) y el champagne, que te deja mucho menos pringosa y no dispone de artillería (hielos) complementaria.
Y luego está el espectáculo, donde mis ninfómanas e insatisfechas acompañantes pierden la voz, y la verguenza, ante hombres a los que, si les viesen a las 12 de la mañana en la Puerta del Sol, no mirarían dos veces. Gritos chabacanos y espeluznantes piropos, directamente inspirados en los halagos de andamio que tanto rechazo producen, pueblan el local. Y todas con sonrisas estúpidas en la cara mientras la baba convierte el pegajoso suelo de la discoteca en una superficie superdeslizante, con riesgo para el equilibrio de los presentes (me pregunto si los empleados de tales locales tienen un seguro anticaída).
Pasado el trago, desayuno con mis compañeras de infernal noche. Carmen aún tiene turbia la mirada, aunque no sé si es por el alcohol o por la falta de sueño provocada por llevarse al policía-stripper a casa. Isabel llega tarde, como casi siempre y Ana… Ana es Ana, impecable en su papel de triunfadora en domingo, sin un solo rastro de la juerga de anoche en su aspecto.
– Carmen, ¿me vas a explicar por qué te llevaste a semejante esperpento a la cama?– increpo impaciente– No me negarás que es el tipo más feo y con menos clase con el que te has liado desde que te conozco…
– Te olvidas del carnicero– interviene Ana.
Un escalofrío de desagrado me recorre mientras recuerdo a Juan, mi carnicero preferido (tenía los mejores filetes de ternera del mercado) hasta que Carmen se acostó con él y nos habló de las maravillas de su carne.
– Vale, cielo, podemos afirmar que no ocupa un puesto de honor en mi lista, pero… ¿es que no le visteis de uniforme? Estaba tan…
– Cutre.
– Cómico.
– Hortera.
– Vulgar.
– Ordinario.
– ¡Sexy!– exclama Carmen interrumpiendo nuestra lista de adjetivos.
– Eso es algo que nunca he entendido, ¿qué tienen de especial los uniformes? Al fin y al cabo sólo es ropa, ropa que además no suele sentar bien. Mejor un traje de buen corte y suave tejido– reflexiona Ana en voz alta.
– O unos vaqueros que resalten el culo y una camiseta que marque bíceps– aporto soñadora.
– No es el traje, ni los colores del uniforme que, ciertamente, no es lo que mejor le sienta a nadie. Es el aire de autoridad que desprende quien lo lleva. Ese aire de tipo duro que se les pone a todos los que lo llevan. La seguridad de que, en caso de peligro, ellos se arriesgarán por ti. La capacidad de mando que tienen…
– ¡¿No me irás a decir, precisamente tú, que lo que buscas en un hombre es que te proteja y te someta?!
– No como norma general, pero a veces viene bien un cambio– contesta Carmen en tono pícaro–. Además, no nos olvidemos de los complementos: las esposas, la porra larga y dura…
– Pero…– Ana parece seriamente desconcertada y abochornada, o eso parece por el color rojo que adorna su cara– Pero, ¿lo dices en serio? Lo de los uniformes, quiero decir. ¿De verdad te ponen tanto? ¿Todos? ¿De verdad te provocan estos… hum… pensamientos?
– Todos todos no, el de los jardineros de mi barrio me deja fría– comenta Isabel, que ha llegado sin que nos diéramos cuenta, mientras toma asiento a mi lado.
– Ni el de los camareros de esta, u otra, cafetería.
– Ni el de los basureros.
– Ni el de los porteros de los hoteles.
– Ni el de chófer.
– Ni el de los empleados del McDonald’s.
– Vale, vale, creo que me hago una idea– interrumpe Ana.
– Es decir, que os ponen los de policías, bomberos, militares y demás agentes de la autoridad ¿no?– concluyo en un intento por terminar la conversación.
– Síiiiii –suspiran a la par Isabel y Carmen.
– Pues entonces, chicas, os felicito por la fuerza de voluntad demostrada al evitar abalanzaros como lobas sobre los miles de agentes que patrullaban las calles de esta ciudad estas Navidades. Es verdaderamente encomiable que hayáis resistido la terrible tentación que nuestro presidente ha puesto a vuestro alcance– ironizo mientras termino mi café. Delicioso líquido que casi sale expulsado por la nariz cuando escucho la voz melosa de Isabel:
– Y a ti, ¿quién te dice que hemos resistido?

1.000 r.p.m. July 23, 2004

Posted by Tindriel in Otra mirada.
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Si el amor es una cuestión hormonal, y el sexo algo químico, ¿qué hace que nos encendamos? ¿Qué gestos, actitudes, palabras o actos hacen que se desencadene un torrente de reacciones que termina con nosotros, y a veces alguien más, en la cama? ¿Cada persona es un mundo o existen puntos álgidos en común?
–Adoro que me acaricien la nuca, es algo a lo que no me puedo resistir– ronronea Isabel.
–A mí, en cambio, lo que me gusta es que me besen en la oreja, justo en el lóbulo, con una perfecta mezcla de ternura y salvajismo.
– ¡¡Puaghh!! Carmen, de verdad, no sé cómo puede gustarte eso –interviene Ana– Creo que no hay nada más desagradable que un beso en la oreja. El ruido de succión, justo en tu oído, la lengua dejándote todas las babas en…
-¡¡Basta, basta, basta!! No me lo puedo creer Ana, algún día tendrás que contarme cómo consigues que algo placentero parezca siempre taaaan desagradable. Cualquiera diría que no disfrutas con el sexo… –apunto con cara de sorpresa – Pero no es eso a lo que me refería. Está muy bien lo de los besos en el cuello, o las caricias en la espalda, o que te pongas a mil cuando te tocan los tobillos…
–¿Los tobillos? –pregunta Ana divertida– ¿Te pone que te toquen los tobillos? ¿En alguna postura especial? ¿Con las manos o con la lengua?
– Calla, idiota. A mí no, sólo recordaba un novio que tuve. Era tocarle los tobillo, si quiera rozárselos levemente, y ya estaba dispuesto…– recuerdo con un mohín divertido– Pero no nos desviemos. Lo que quiero saber es si hay alguna situación en la que no os podáis controlar, en el metro, en la cocina, de viaje…
– ¡En la cocina!– exclama Marta que hasta ahora estaba muy callada– Creo que no hay nada más sexy que un hombre recubierto de harina… O que cocine para ti…
– ¿Alguna vez habéis probado a cocinar desnudos tú y quien sea? –pregunta Isabel curiosa– Y si es algo dulce mejor, da pie a que en vez de usar el trapo de cocina te comas todo lo que se “desperdicia”… A mí –prosigue imparable– lo que realmente me pone son las bodegas. Ese olor a vino, los vapores del alcohol flotando, la humedad…
– Cari, ¿hace cuánto que no vas a una bodega?
– A mí, sin embargo, lo que me encienden son los probadores. Imaginad la situación. Una puerta cerrada, o una cortina echada, un hombre maravilloso dentro, quitándose la ropa… ¿Cómo resistirse a la tentación de irrumpir y pillarle con los pantalones bajados?
– Carmen, ahora ya sé por qué hay un cartel en las tiendas que dicen lo de “máximo una persona en el probador”– apunto entre las carcajadas de todas.
Una vez en casa reflexiono sobre las respuestas de mis amigas. Como pensaba, cada persona es un mundo. Y es que, aunque todo lo que han dicho suena excitante, para mi líbido no hay nada mejor que un viaje. No sé qué tiene estar lejos de casa, en un lugar extraño, pero cada vez que viajo acompañada me convierto en una depredadora, dispuesta a devorar a mi acompañante. Quizás ea el recuerdo de mis vacaciones de adolescente, donde todo, o casi todo, estaba permitido. O quizás es que es en esos momentos cuando me siento libre de toda atadura y la máxima de “disfrutar del tiempo” sea aplicable a todos los ámbitos de mi vida.
Sea lo que sea, estoy convencida de que un buen viaje es lo mejor para revitalizar una vida sexual algo apolillada. Ahora que lo pienso, creo que tengo que hacer una llamada… ¿Habrá alguna oferta interesante en Internet?

Los amantes May 11, 2004

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– La verdad, chicas, empiezo a estar desesperada. Hace meses que no pillo nada. Bueno, que no tengo nada serio– aclaró Marta tras el sospecho carraspeo de unas cuantas de las que ocupábamos la mesa.
– ¿Y se puede saber para qué narices quieres algo serio?– preguntó mi querida, y siempre práctica, Isabel– Con los líos serios acabas por no pillar tampoco nada. Bueno, sus calzoncillos sucios bajo la cama cada mañana, si tienes suerte. Y si no la tienes, le acabas pillando con tu mejor amiga.
Sí, Isabel estaba cabreada, era oficial. Y empezaba a estar convencida, por mucho que ella dijera que no, que la incipiente amistad entre su último ligue, Rafa, y su compañera de trabajo, Carla, tenía mucho que ver.
– Bueno Isa, tampoco es para tanto ¿no crees? –intervine yo, conciliadora– A veces las historias son diferentes. Si no ¿por qué la gente se sigue casando? ¿O, mejor olvidamos las bodas, se siguen comprando casas juntos?
Sí, yo estaba enamorada. Lo cual, no entendía muy bien por qué, no dejaba de irritar profundamente a mis amigas. O quizás no era eso, sino más bien que a cada paso sacara a mi nuevo chico a colación.
– La verdad, no sé a que vienen tantas vueltas. Las historias serias ni están tan mal, ni tan bien –concluyó Bea mirándonos a Isa y a mí, alternativamente– Sólo hay que ser capaz de recordar ésto, y de no olvidar tus alegrías de soltera cuando estás pillada.
– ¿A qué te refieres?
– Verás, Marta, está bien que quieras tener una pareja, pero nunca debes borrar de tu agenda los teléfonos de los amantes ocasionales, salvo que se casen, y en ese caso sólo los pasas a la sección de “por ahora no”. Así, cuando se termine la maravillosa historia de amor, podrás darle una alegría al cuerpo.
– ¿Amantes ocasionales? ¿Qué, o quiénes, son esos?– preguntó nuestra querida e ingenua Marta mientras apuraba su cerveza.
– Marta, no me puedo creer que no tengas en la recámara algún tiro– Mi cara de incredulidad era un poema. Una cosa es ser buena, y otra tonta. Vamos, digo yo.
– Cielo, creo que hay mucho que enseñarte. Los “amantes ocasionales” de Bea, o mis “polvos de emergencia” –continuó Isa– son aquellos hombres con los que nunca podrás tener nada más que buen sexo.
– ¡pero que buen sexo, por Dios!– exclamó Bea alzando los ojos al cielo.
Isabel, obviando la herejía, continuó impasible:
– Pueden ser amigos no demasiado cercanos, ex con los que la historia jamás cuajó, desconocidos con los que coincides una noche y con los que, cuando les ves la química estalla. Son balas en la recámara, nuestra particular “agenda negra” de hombres siempre dispuestos. Todas tenemos alguno, siempre. Cambian con el tiempo, pero cada mujer debería tener al menos uno. Alguien que te tire los tejos cada vez que te vea. Que te suba el ánimo y la líbido.
– Cariño, en tu caso no es una “agenda negra”, es toda tu agenda– terminé, mientras el resto recordábamos a nuestros “reservas” y Marta se preguntaba, estoy segura, dónde encontrar uno.
–Eso sí, cielo. Jamás se te ocurra enamorarte de ellos. Disfrútalos en lo que valen, y al día siguiente, olvídalos hasta el próximo momento de necesidad. Ellos harán lo mismo. ¡Ah! y jamás aceptes una llamada suya sin haberte negado al menos un par de veces antes, si no, estás perdida.
Fue en ese mismo instante cuando supe a quién recurriría Marta. Y supe también que estaba perdida de ante mano, y que las demás íbamos a tener problemas. Pero esa, es otra historia.

La media naranja February 26, 2004

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¿Existe realmente la media naranja? ¿Estamos destinados a pasar el resto de nuestra vida con una sola persona? Y si es así, ¿por qué algunos la encuentran a los 15 años, y otros tardan 15 más en dar con ella? ¿Por qué hay gente que permanece soltera y otra que encuentra más de una media naranja en su vida? ¿Hasta qué punto es una idea irracional?
Llevaba varios días con estas preguntas rondándome la cabeza, sorprendida al descubrir que, en el fondo, quizás nunca había dejado de creer en ello, a pesar de mi actitud en los últimos años. Por suerte era domingo por la mañana, y tocaba desayuno con las amigas. Llegué a la cafetería la última (empezaba a convertrse en una molesta costumbre), y tras los saludos de rigor, y las peticiones al camarero, solté la bomba:

– ¿Creeis en la historia de la media naranja?

Las reacciones, como cada vez que se habla de la palabra que empieza con A fueron variopintas. Andrea esbozó una tímida sonrisa –probablemente pensando en el último amor de su vida, Álvaro–, Ana nos miró con escepticismo por encima de su zumo de naranja y Carmen, bueno, Carmen es Carmen.

– Cielo, ¿se puede saber de qué estás hablando?– Isabel era incapaz de ocultar su sorpresa– Pues claro que no existe. La historia de las almas gemelas es sólo un cuento que contaban a nuestras abuelas y a nuestras madres para que no se acostaran con el primero que pasaba.

–Cierto, una ñoña leyenda que las películas perpetúan.

Aunque sonreí con sus palabras, estaba claro que preguntar a las reinas del amor libre, Carmen e Isabel, no había sido una gran idea.

–Bueno, vale, igual aquello de dos mitades vagando por el mundo no es cierto –continué– pero, ¿qué me decís de la pareja perfecta? ¿Existe?

– Las relaciones son comos los edificios –intervino Ana, tan práctica como siempre– hay que trabajar en ellas. Primero hay que tener la idea, dibujar los planos con exactitud y revisar los cálculos cien veces. Y después, contar con buenos materiales. Aún así, necesitan revisiones cada poco tiempo. Exigen tiempo y dedicación, y hoy día no disponemos de esos lujos.

Dos horas después, sola en mi buhardilla, repasé las palabras de mis amigas. ¿Sería cierto lo que decía Isabel? ¿Que sólo era un cuento del lobo en versión tierna? ¿O tendría razón Andrea, que defendía a capa y espada la tradicional idea del Amor, con mayúscula, y del romanticismo? Y si era cierto, ¿qué probabilidades teníamos de encontrar a esa persona especial? Quizás mi pareja perfecta viviera en Zambia. ¿Era justo para pasarnos la vida a la espera de algo que, quizás, nunca llegaría porque nos separaban decenas de miles de kilómetros y unos precios de billetes de avión demasiado elevados? ¿Debía recorrer el mundo en busca de mi media naranja para acabar descubriendo, cansada y arruinada, que vivía en la casa de al lado pero que era gay?

Cuanto más pensaba en ello menos segura estaba de que las historias de príncipes azules y zapatitos que encajan como guantes no eran ciertas. No podían serlo. pero, sobre todo, ¿cuatro solteras, o cinco si me contaba a mí, podían hablar del tema con autoridad? Decidida a salir de dudas llamé a Cristina, mi ex marmota preferida.

–Niña, ¿estás loca? ¿Crees realmente que un día te cruzarás con un hombre en el metro y sabrás que es él?

No, la verdad es que no creía en eso. Me parecía tan increíble como las historias de caimanes en las alcantarillas de Nueva York.

– Las relaciones no funcionan por arte de magia. La pareja perfecta no nace, se hace. Cada día y cada noche. Con cada pelea y reconciliación. No sólo hace falta ser compatibles, compartir gustos y aficiones. Además hay que estar de humor. Fíjate en mí. Posiblemente Dani era más adecuado para mí que Manu. Y sin embargo no funcionó, ninguno estaba preparado. Cuando conocí a Manu nadie, ni nostros, daba un duro por la relación. Llevamos dos años y estamos pensando en tener un niño.

No, posiblemente no haya una verdad absoluta. Nunca la hay. Pero hoy estoy convencida de que la idoneidad y las ganas de tirar para delante son igual de importantes para encontrar esa persona especial. Las probabilidades quizás no sean altas, pero eso no me va a impedir seguir intentándolo. Y si no le encuentro, al menos me habré divertido por el camino. O, como decía Carmen, acabaré mi vida con una licenciatura en arquitectura.

Buenos aires January 30, 2004

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– Pero hija, ¿Vas a hablas de sexo ahora que no lo practicas?
Una expresión de horror y vergüenza se reflejó en mi cara al escuchar, al otro lado del teléfono, la sentencia materna. Tal y cómo lo decía podía parecer que llevara meses de abstinencia, o que me hubiera convertido en una ursulina. Y no era eso. Simplemente ciertas incompatibilidades en la cama me habían hecho acabar con mi última relación esa misma mañana. Mi ex novio, Ernesto, tenía la curiosa costumbre de, digámoslo finamente, desalojar gases cuando hacíamos el amor. La escena era de risa. Estás con tu chico, en la cama, intentando pasar un buen rato y de pronto, sin aviso (al menos la primera vez, luego no sorprendía tanto) escuchabas unos sonidos que no pegaban nada con la situación.
Al principio pensaba que sería un problema médico, pero no. A él, simplemente le gustaba.
–Tienes que entenderlo-me decía- aumenta mi excitación. Siento si te hace sentir incómoda, pero no quisiera dejar de hacerlo. Otros tienen gustos aún más raros ¿no?
La verdad es que nunca supe a qué se refería con eso de “más raros”, ni quise preguntar, pero a mí me parecía que lo suyo era bastante peculiar, cuando menos. Cada vez que nos íbamos a la cama yo estaba pensando en cuándo comenzaría el concierto. A medida que crecía su excitación, se apagaba la mía. Estaba claro que no tenía ningún futuro. Así que le dejé.
Esa misma noche compartí con mis amigas una de nuestras cenas semanales en las que ponemos a parir a los hombres y nos contamos nuestras batallitas (sí, nosotras también lo hacemos, ¿pasa algo?). Estábamos las cinco habituales: Ana, Isabel, Andrea, Carmen y yo. Después de contarles que había dejado a Ernesto, las cuatro se lanzaron a despellejarle, sacando a la luz todos esos pequeños defectos que, hasta entonces, parecía que no importaban.
–Al principio me hacía gracia, pero dos días escuchando lo estupendo que decían sus ex que era en la cama, y acabé harta– comentó Carmen.
–A mí tu chico –apostilló Andrea– me recordaba a esos hombres que no hacen más que presumir del tamaño, y que luego resulta que hay que cogerla con pinzas, de lo pequeña que es.
–Siempre presumiendo de todo. Dicen que es del tamaño de un colín, y al final te encuentras con una aceituna.
Nos echamos a reír con la frase y los gestos de Isabel, mientras nuestros tres vecinos de mesa nos miraban entre asustados y divertidos. Uno de ellos era tan mono que desee estar en uno de esos restaurantes con teléfono que tan bien crean el clima perfecto para ligar. Ana se dio cuenta de mi elección y tras mirarle sin ningún disimulo, mostró su aprobación levantando su copa de vino en dirección al elegido. Isabel (que podría sustituir a las botellas de coca cola en su último anuncio, no sólo por las curvas sino porque también es “para los altos, para los bajos, para los que ríen, para los que besan…”) se dio cuenta de todo y ni corta ni perezosa se acercó a la mesa de los vecinos. Les dejó sobre la mesa la tarjeta del local donde teníamos pensado continuar la noche, susurrando a la vez una hora.
Cuando, media hora después, les vi entrar en el bar y buscarnos con la mirada, supe que la frase de mi madre era todo, menos profética.

Sector servicios January 29, 2004

Posted by Tindriel in Otra mirada.
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Lunes, diez de la mañana. Como cada semana desde hace años, Ana, Carmen y yo quedamos a desayunar en una cafetería cercana a mi trabajo. Cafés, zumos, bollos y tostadas se mezclan con las anécdotas –algunas realmente escabrosas– del fin de semana.
-No sé ni cómo me he levantado hoy –explica con un guiño pícaro Carmen– la verdad es que Álvaro es todo un portento.
Ana y yo intercambiamos miradas cómplices, mientras el café nos ayuda a pasar la envidia. Hace dos semanas Carmen tenía que supervisar uno de los numerosos castings que organiza la revista de moda donde trabaja de estilista. Allí conoció a Álvaro –el camarero que les sirvió el catering– y desde entonces pocos son los ratos que salen de la cama.
– ¿Y cuánto te durará esta vez? ¿una semana? ¿Dos?–pregunta Ana con sorna.
Fijo mi mirada en el mantel de la mesa a la espera de que estalle la tormenta.
-No sé qué teneis en contra de los camareros, de verdad. Ser snob en el sexo es absurdo. Y aburrido. No hay nada menos excitante en la cama que un pijo relamido.
Carmen tiene una teoría a prueba de bombas –nadie conseguirá sacársela de la cabeza– que relaciona, sin ninguna compasión, profesiones con funcionamiento. Según ella no hay nada mejor para una cita que el conocido sector servicios. Ejecutivos agresivos, abogados de prestigio y empresarios no pueden competir en artes amatorias con camareros, recepcionistas de hotel e, incluso, taxistas.
-No es sólo en la cama –intenta explicarnos Carmen– es que además son los que conocen los restaurantes donde realmente se come bien, cuáles son las mejores cosechas y los mejores vinos, dónde puedes tomarte una copa que no sea de garrafón a un precio realista. En fin, no se dejan llevar por los elitismos y lo que está de moda. Les gusta investigar y juegan a ser Indiana Jones en todo aquello que emprenden.
Justo al llegar a esta parte se le encienden los ojos y resalta el “todos” como si la vida le fuera en ello. Oyéndola parece imposible que un cirujano plástico sea capaz de hacerte pasar una noche inolvidable. De hecho, acabas pensando que debes buscar al hombre de tu vida, o de tu noche, entre los conductores de autobús –y eso sin tener en cuenta el pastón que cada mes te ahorrarías en el dichoso abono transportes–.
-Si te gusta que innoven contigo –contesta Ana invariablemente– supongo que son ideales. Pero yo prefiero un restaurante romántico, una copa tranquila y una noche de sexo sin sobresaltos.
Obviamente el “modelo Ana” es más clásico. Vestido de Hugo Boss o Armani, con rolex de oro a poder ser y que vaya dejando una estela de Farenheit by Christian Dior. La sola idea de que su nuevo ligue la lleve al trabajo en autobús o taxi, por muy Mercedes que sea, le debe provocar la misma urticaria que a cualquiera un roce con una ortiga. Su fondo de armario –compuesto en su mayoría por trajes de chaqueta y zapatos de tacón– no lucirían lo mismo en el “La Broche” que en el “Casa Pepe” de la esquina de mi casa.Y su título en arquitectura, pega más con un crianza que con un vino de la casa. Estoy segura de que acabará descubriendo los placeres que un camionero puede provocarle.
-No sé por qué siempre volvéis con lo mismo –por fin me decido a intervenir– un polvo es un polvo, y no depende del trabajo, sino de la dedicación que le pongan.
-Cariño, ¿no lo entiendes? Un empresario está acostumbrado a obtener ganancias por todo. En cambio, el lema del sector servicios es ofrecer el mayor confort al cliente, evitándole cualquier esfuerzo innecesario…

Cuestión de tamaños January 28, 2004

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El tamaño importa, y mucho. Pero no sólo en el sexo. Tenía una compañera de instituto para la que salir con un chico más bajito era una humillación, y, teniendo en cuenta que medía 1’80, era algo muy fácil. Lamentablemente la perdí la pista cuando en nuestras conversaciones–en cumpleaños, fiestas o mientras fumábamos un cigarro a escondidas en el cuarto de baño de los chicos– se empezó a introducir el sexo. Me hubiera encantado saber si para ella todo era cuestión de tamaños.
Recuerdo las primeras veces en que mis amigas y yo discutimos sobre sexo. Con más curiosidad que experiencia propia, la palabra “sexo” se introdujo en nuestra conversación coincidiendo –dudo que casualmente– con el primer cumpleaños en que los padres de la homenajeada abandonaban la casa. Estaban representadas todas las tendencias. Teníamos a la ultracatólica conservadora que renegaba del sexo prematrimonial –un año en Londres le hizo cambiar de opinión años más tarde–, a la tímida que enrojecía cada vez que alguna de nosotras usaba una expresión poco habitual –Andrea, que aún hoy sigue enrojeciendo–, la curiosa que todo quería saberlo –Isabel, todavía abanderada del descubrimiento directo–, tres o cuatro que parecían estar a vuelta de todo –pero que entonces no se comían un rosco– y yo, que parecía una enciclopedia de sexo andante y que era la única que había visto el estupendo programa Hablemos de sexo.
Lo del tamaño no surgió en aquel primer contacto con el mundo “adulto”, pero fue casi una consecuencia inmediata de él. Poco después, en la clase de Ética –hoy desaparecida– nos tocó hablar de sexualidad y nos encargaron a Isabel y a mí un trabajo. Nos pusimos manos a la obra y decidimos hablar, a la tierna edad de 15 años, de métodos anticonceptivos y del “mito del tamaño”. La cuestión de la documentación no fue nada fácil. Como no teníamos experiencia propia, decidimos hacer una encuesta entre quienes suponíamos sí la tenían. Así que cargadas con los cuestionarios y unos bolígrafos, salíamos a la calle en busca de testimonios. Teníamos dos preguntas sobre el tema, si lo consideraban importante y si, de poder elegir, escogerían tamaño mini, medio, extra o indiferente. A la primera contestaban que lo importante era si sabían utilizarla, pero en la segunda se les veía el plumero. Casi todos, elegían tamaño extra, sólo unos pocos pedían tamaño medio –me quedé con las ganas de preguntarles si el tamaño medio suponía un aumento o una disminución del actual–. Así pues, al presentar el trabajo concluimos diciendo que aunque lo importante era la técnica, un buen especimen podía ser un estupendo prólogo.
Con los años, y la experiencia, he descubierto que el tamaño extra no es siempre mejor. Cuando el otro día le comentaba a un amigo la existencia de esta columna, decidió darme material. Sacó de su cartera un preservativo talla XL.
-Puede ser incómodo aunque no lo creas. Hay posturas en las que no puedes hacerlo, y tienes que tener cuidado para no hacer daño a tu pareja. Eso sí, nunca se ha quejado ninguna. Y si les preguntas, quizás tenga otra visión muy diferente.
Grande, pequeña o mediana está claro que nunca llueve a gusto de todos. Lo mejor, probar distintos tamaños y elegir el que mejor te va. ¿O no hacemos lo mismo con los trajes?

January 27, 2004

Posted by Tindriel in Otra mirada.
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Siempre me han fastidiado las bodas. No porque no sean la mía, sino porque un alto porcentaje de los asistentes se empeñan en pensar –y decir en voz alta– que debería ser la siguiente. Y lo peor es que parecen no comprender que lo que a mí me gusta es la vida marital, y no el matrimonio.
Pero cada cierto tiempo hay que hacer un esfuerzo, sacar el traje comprado para la ocasión, acudir a la peluquería y, con una copa en la mano, mentir a los invitados y hacerles creer que tú también deseas casarte. Afortunadamente esta vez no estuve sola. Mis amigas desde el instituto Isabel y Andrea también lucieron palmito –y soltería–. La primera, como yo, en calidad de amiga de la familia. La segunda, como hermana mayor de la novia.
Lo mejor de las bodas es el banquete. No por la comida, sino porque te permite echar un vistazo a los solteros invitados –reconocibles por su cara de niño perdido en un supermercado– y acercarte a ellos sin necesidad de disimulos. Además es bien sabido que el vino despierta otros apetitos, que pueden saciarse durante el baile.
Después de nuestra rueda de reconocimiento las tres coincidimos en que no había nada presentable. Una boda más sin una pizca de morbo. Desde que tengo quince años llevo escuchando historias de encuentros rápidos en los baños del restaurante donde se celebra el banquete o de noches locas con los testigos. Pero jamás había sido protagonista de una de ellas –una vez tuve un novio que luego se hizo cura, pero esa es otra historia– y esta boda prometía unirse a la lista.
Pero al sentarme en la mesa descubrí con sorpresa que el chico que me había tocado a la izquierda era todo un bombón. Unos treinta y cinco años, uno ochenta de altura, moreno de pies a cabeza y de espaldas anchas. Isabel y Andrea me miraban con envidia desde el otro lado de la mesa, y no dudaron en iniciar un inocente coqueteo. Andrea jugaba con el tirante de su vestido azul mientras Isabel intentaba que el chico no se perdiera detalle ni de su melena negra ni de su escueto vestido rojo. Pero ya fuera la distancia –o mi encanto– el caso es que gané la batalla.
Las miradas, el coqueteo y las caricias, cada vez menos involuntarias, fueron subiendo de tono a medida que desfilaban los platos y para la hora de los postres yo tuve que ir al baño a refrescarme. La sorpresa me la llevé cuando, a los dos minutos escasos, el chico en cuestión abrió la puerta del baño de mujeres sin ningún disimulo. Media hora después –cuando el sorbete se había derretido y la tarta había perdido consistencia– reaparecimos en el salón con una sonrisa que poco dejaba a la imaginación.
A partir de ahora miraré las bodas con otros ojos. ¡Seguro!