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Lo echo de menos July 31, 2004

Posted by Tindriel in Trabajo.
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18.15

Esta tarde he hecho una entrevista telefónica con un bailarín afincado en Nueva York. Argentino de nacimiento, y de pasión, es una de esas figuras del ambiente cultural que más me gustan. Desde hace unos años, no me pierdo un espectáculo suyo (espero no perdérmelo este año), y desde hace dos, le entrevisto cada verano.
A las típicas preguntas sobre el nuevo montaje, le suelen seguir otras de carácter más general. Normalmente sobre la danza. Pero esta vez ha sido diferente. Quizás porque le situación daba para ello, o porque yo sentía la necesidad de respirar más esas atmósfera que habíamos logrado crear. El caso es que la entrevista ha durado unos 40 minutos y ha sido genial. No ella, que ya veremos cuando la transcriba, sino la sensación de estar haciéndola; de estar charlando de tú a tú con alguien a quien realmente admiro (y no sólo por cómo baila).
Al colgar, despidiéndonos hasta finales de agosto, o hasta el próximo año, la nostalgia se ha quedado flotando. Hubiera querido seguir, pero no podía. Al salir del despacho en el que estaba, mi primer impulso ha sido transcribir la cinta, volver a escuchar la conversación, apuntar mis fallos y enorgullecerme de los aciertos. Tratar la entrevista con el cariño que en ese momento me provocaba. Pero no podía ser. Tenía que regresar a mi mundo de puntos, comas y tildes (o acentos ortográficos).
Septiembre queda lejos, y mis esperanzas, más aún. Realmente, por mucho que despotrique a veces, lo echo de menos…

Estoy bien July 29, 2004

Posted by Tindriel in Yo soy yo.
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12.15

Parece ser que mis últimas entradas de blog han despertado un cierto revuelo y preocupación. Os lo agradezco, pero es innecesario, chicos y chicas. Estoy bien, de verdad.
Es cierto que he tenido unos pequeños apuros económicos, pero Santa Nómina se me ha aparecido por fin.
Y sí, tengo conjuntivitis aguda en los dos ojos y no me han dado la baja (tampoco la he pedido, que sabía la respuesta), pero mis jefes me dejan tomarme las cosas con calma.
Y bueno, sí, tuve unas horas de retiro espiritual y examen de conciencia, pero ya dije que eso no era malo en absoluto. Además, cuando lo fue, allí estaba Dwymorwen para sacarme de casa. Eso sí, al final no conseguí arreglar nada, porque adopté la postura Scarlett O’Hara, esto es, “ya lo pensaré mañana”. O más bien, ya actuaré en otro momento, que ahora: a) no me apetece y b) el tiempo me ha demostrado que hay cosas más importantes por las que preocuparse (y no, yo no soy protagonista de ninguna de ellas).
En definitiva, estoy bien, razonablemente bien. Y si no sonrío en exceso se debe a que ando algo preocupada por otras personitas.
Pero os agradezco a todos el interés, las preguntas y los mimos ofrecidos y dados. Ahora, por favor, centrémonos en cosas más importantes, que las hay. Y acabo de acordarme de que hoy no me he ocupado de mis desarreglos hormonales… Mierda, mierda, mierda. ¿Y ahora qué hago yo? Supongo que de eso también tendré que ocuparme más tarde…
Igual pasa con mis vacaciones. Aún no sé si me darán los días de agosto que he pedido, tiene que venir mi jefe para aprobarlos. Sólo espero que no me ponga problemas. Porque, aunque no voy a salir de Madrid esos días, no me vendrían nada mal. Y septiembre, donde tengo 15 días en los que tampoco haré nada, queda muy lejos…
Y siguiendo con este cajón desastre, reconocer que el martes fui consciente de lo lejos que vivo. Me levanté con los ojos fatal, tenía que ir al médico, y tenía dos opciones: el hospital del pueblo en el que vivo, o el hospital de Madrid donde siempre voy (en Moncloa). A ninguno podía ir en coche, y la opción que más me seducía (por aquello de lo malo conocido) era la de Madrid. Tuve que bajar en Metro. Hora y media de trayecto con los ojos hinchados, sin ver los carteles de las paradas, y llorando por lo mucho que estaba tardando (genial para la conjuntivitis). Y luego bronca con mi madre por ese y otros temas. Se me pasó.
No, no vivo cerca. No vivo cerca de nada, aunque sí de algunos. ¿Me arrepiento? A ratos sí. Otros, pienso que no podría haber hecho otra cosa. Hay momentos en los que miro mi casa, sus tres habitaciones, y me pregunto que para qué quiero yo tanto espacio. Ulises y yo nos perdemos en tanto espacio. Y, dado que está todo el rato pegado a mí, me pregunto si realmente necesitamos tantos metros cuadrados.
Pero preguntarse cosas así no tiene sentido ya. No hay vuelta de hoja, y más vale que me acostumbre a las luces apagadas y el silencio solo roto por un ronroneo potente.
Y no os preocupéis, sólo son reflexiones que, de vez en cuando, me asaltan. En absoluto deben ser motivo de preocupación para NADIE, ni siquiera para mí. Lo dicho, que volvamos nuestra mirada hacia aquellos que nos necesitan estos días, se lo merecen, y, sobre todo, aunque lo demanden menos de lo que debieran, lo necesitan, y mucho. Un abrazo a todos.

1.000 r.p.m. July 23, 2004

Posted by Tindriel in Otra mirada.
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Si el amor es una cuestión hormonal, y el sexo algo químico, ¿qué hace que nos encendamos? ¿Qué gestos, actitudes, palabras o actos hacen que se desencadene un torrente de reacciones que termina con nosotros, y a veces alguien más, en la cama? ¿Cada persona es un mundo o existen puntos álgidos en común?
–Adoro que me acaricien la nuca, es algo a lo que no me puedo resistir– ronronea Isabel.
–A mí, en cambio, lo que me gusta es que me besen en la oreja, justo en el lóbulo, con una perfecta mezcla de ternura y salvajismo.
– ¡¡Puaghh!! Carmen, de verdad, no sé cómo puede gustarte eso –interviene Ana– Creo que no hay nada más desagradable que un beso en la oreja. El ruido de succión, justo en tu oído, la lengua dejándote todas las babas en…
-¡¡Basta, basta, basta!! No me lo puedo creer Ana, algún día tendrás que contarme cómo consigues que algo placentero parezca siempre taaaan desagradable. Cualquiera diría que no disfrutas con el sexo… –apunto con cara de sorpresa – Pero no es eso a lo que me refería. Está muy bien lo de los besos en el cuello, o las caricias en la espalda, o que te pongas a mil cuando te tocan los tobillos…
–¿Los tobillos? –pregunta Ana divertida– ¿Te pone que te toquen los tobillos? ¿En alguna postura especial? ¿Con las manos o con la lengua?
– Calla, idiota. A mí no, sólo recordaba un novio que tuve. Era tocarle los tobillo, si quiera rozárselos levemente, y ya estaba dispuesto…– recuerdo con un mohín divertido– Pero no nos desviemos. Lo que quiero saber es si hay alguna situación en la que no os podáis controlar, en el metro, en la cocina, de viaje…
– ¡En la cocina!– exclama Marta que hasta ahora estaba muy callada– Creo que no hay nada más sexy que un hombre recubierto de harina… O que cocine para ti…
– ¿Alguna vez habéis probado a cocinar desnudos tú y quien sea? –pregunta Isabel curiosa– Y si es algo dulce mejor, da pie a que en vez de usar el trapo de cocina te comas todo lo que se “desperdicia”… A mí –prosigue imparable– lo que realmente me pone son las bodegas. Ese olor a vino, los vapores del alcohol flotando, la humedad…
– Cari, ¿hace cuánto que no vas a una bodega?
– A mí, sin embargo, lo que me encienden son los probadores. Imaginad la situación. Una puerta cerrada, o una cortina echada, un hombre maravilloso dentro, quitándose la ropa… ¿Cómo resistirse a la tentación de irrumpir y pillarle con los pantalones bajados?
– Carmen, ahora ya sé por qué hay un cartel en las tiendas que dicen lo de “máximo una persona en el probador”– apunto entre las carcajadas de todas.
Una vez en casa reflexiono sobre las respuestas de mis amigas. Como pensaba, cada persona es un mundo. Y es que, aunque todo lo que han dicho suena excitante, para mi líbido no hay nada mejor que un viaje. No sé qué tiene estar lejos de casa, en un lugar extraño, pero cada vez que viajo acompañada me convierto en una depredadora, dispuesta a devorar a mi acompañante. Quizás ea el recuerdo de mis vacaciones de adolescente, donde todo, o casi todo, estaba permitido. O quizás es que es en esos momentos cuando me siento libre de toda atadura y la máxima de “disfrutar del tiempo” sea aplicable a todos los ámbitos de mi vida.
Sea lo que sea, estoy convencida de que un buen viaje es lo mejor para revitalizar una vida sexual algo apolillada. Ahora que lo pienso, creo que tengo que hacer una llamada… ¿Habrá alguna oferta interesante en Internet?

Novedades July 23, 2004

Posted by Tindriel in Uncategorized.
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12.15

Novedades en el blog, se entiende. Hay nuevos enlaces (ya era hora) y nueva mirada (que también iba siendo hora ya).

Sólo quedan un par de cositas por actualizar, y un par de entradas por escribir. Y estoy de acuerdo con Impe, las sardinitas que molan son a la plancha, al estilo tradicional, y mejor si las comes mirando al mar…

La alarma July 22, 2004

Posted by Tindriel in Yo soy yo.
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16.40

Hay pocas veces en que mi cabeza me grita “para”. O, al menos, hay pocas veces en las que yo escucho atentamente y acato su orden.
Hoy ha sido una de estas veces. En realidad creo que lleva ya un tiempo gritando y haciendo sonar una alarma interna, de hecho hace más o menos una semana tuve un aviso, pero no hice demasiado por escucharlo o acallarlo. Simplemente, lo dejé de lado. Y, claro, la alarma sigue sonando, y lo de hoy ha sido brutal. Hasta me ha enseñado la señal de STOP, roja y blanza, a tamaño gigantesco. Así que he decidido pararme y tomar aire.
Sí, eso significa que este fin de semana no acudiré a la barbacoa planeada. El examen de conciencia que debo hacer me impediría disfrutar al 100%, así que mejor me quedo en casa, con Ulises. Eso no quiere decir que no os vaya a echar de menos, o que no me gustaría estar con vosotros. Más animado seguro que será, pero a veces, como alguien dijo alguna vez, “un hombre ha de hacer lo que ha de hacer”. En este caso es una mujer, pero da lo mismo. La máxima sigue siendo válida.
No hay nada grave en esta decisión, ni en las cosas a las que tengo que dar vueltas. Pero sé que este, el fin de semana, es el momento de hacerlo. No sé lo que va a durar, dependerá de lo sincera que pueda ser conmigo misma, pero no creo que más de un día. El sábado debería ser suficiente para cantarme las verdades a la cara, reflexionar sobre ellas y buscar soluciones. O al menos empezar a buscarlas.
Sé que hay cosas que estoy haciendo mal, muy mal de hecho. Otras, a las que no presto demasiada atención, o les presto la que no es, y sus beneficios se van perdiendo en la lejanía. Lo peor, que estoy repitiendo viejos errores, cayendo en los mismos comportamientos que juré dejar de lado. Y eso tiene malas consecuencias. Quisiera saber por qué lo hago, aunque quizás eso me lleve más de un día. Hay malos hábitos que es difícil quitarse de encima.
Por ahora, deberá bastar con identificarlos, ver a dónde me llevan, saber si eso es lo que quiero y, si no es así, introducir cambios y nuevos parámetros que mejoren el presente y el futuro. Quizás no consiga cambiar nada, o descubra que las posibilidades que ahora se me abren no son tan malas (aunque sólo sea por comparación a lo que podría pasar), pero lo que no quiero es poder reprocharme después que fui alertada del peligro y no hice nada.

A veces… July 22, 2004

Posted by Tindriel in Yo soy yo.
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15.10

…estamos tan pendientes de algo que está lejos que no nos damos cuenta de lo que tenemos frente a nosotros. Me siento como una imbécil. Tengo ganas de darme cabezazos contra la pared, pero me cuesta hasta levantarme de la silla. Tantos esfuerzos que quedan borrados de un plumazo, aunque sólo sean de manera temporal. Tanto empeño puesto en algo que no lo merece, que olvidamos lo que es realmente importante. Tengo ganas de… no sé de qué tengo ganas. Pero sólo me salen unas pocas palabras: lo siento, lo siento mucho.

Falsa modestia y otras historias July 21, 2004

Posted by Tindriel in Yo soy yo.
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17.15

Ayer mantuve una interesante conversación telefónica en la que se incluyó esa mal, ¿menor?, que cito en el título. Siempre he pensado que la falsa modestia era algo malo, a saber: X sabiendo que es bueno, por ejemplo en un juego de ordenador, dice que no lo es a la espera de que quien le escucha le dé palmaditas en la espalda diciéndole que sí, que es muy bueno. Obviamente este ejemplo es aplicable a cualquier cosa que se sea (alto, guapo, divertido…) o se sepa hacer. Nunca me ha gustado esta actitud, porque implicaba una falsedad de carácter que siempre me ha repugnado.
El caso es que ayer, en esa conversación, la otra persona me dijo que lo mío era falsa modestia. En estos momentos no recuerdo muy bien a qué vino, pero supongo que a algo que la otra persona daba por supuesto de mí, y que yo negué. Desde ayer ando pensando, a ratos, en eso. ¿Realmente lo mío es falsa modestia? ¿De verdad niego cosas que sé ciertas sólo para recibir mi sardinita? Supongo que, como todos, alguna vez lo habré hecho. Pero no me preocupa lo puntual de un comportamiento, sino que éste se convierta en hábito.
He estado recordando situaciones, conversaciones en las que yo haya dicho “no”, para ver si podía ser falsa modestia. Y no he encontrado ninguno (eso no quiere decir que no los haya y nos los recuerde). De hecho, me han venido bastantes ocasiones en las que sí he afirmado que tal o cual cosa se me daba bien (sin ir más lejos, ayer en la comida con mi madre). Aún así he hecho un segundo examen de conciencia, preguntádome no ya si lo hacía por esos motivos, sino si las respuestas tipo sardinita me molaban o no.
Lo siento. La respuesta es no. Es cierto que a veces me cuesta reconocer si algo se me da bien o no. Pero no lo hago para que los demás me digan que sí, de hecho cuando lo dicen suelo azorarme, ponerme nerviosa y pierdo mi capacidad para salir airosa de la situación. Si encima ya no es sobre algo que haga bien, sino sobre algo que “soy”, la cosa se pone muucho peor. Y no, no es falsa modestia. Es baja autoestima, que no sé qué es peor. Así pues, anoto en mi cuaderno mental una tarea más sobre la que trabajar: apreciarme en lo que valgo, mucho en algunas cosas o regular en otras (no nos engañemos, en informática soy un zote).
Nota para los lectores: no busco sardinitas con esta afirmación. Sólo me desahogaba.
Y cambiando de tema, hoy me he llevado una buena bronca en el trabajo. Todo por un pie de foto “políticamente incorrecto”. ¿Por qué? Muy sencillo, se me ocurrió mentar la palabra “cárcel” en él. Y claro, estaba prohibida aunque nadie se tomó la molestia de decírmelo.
el caso es que, después de agachar las orejas como me aconsejaba mi geniecillo prudente, me ha entrado un cabreo de mil demonios. Las razones, tres:
1. La historia y el pie de foto los pasé a los jefes a las nueve y media de la noche del viernes. Sólo tenían que haber leído con atención para haberse dado cuenta y ordenar el cambio.
2. Nadie expresó que la palabreja en cuestión no pudiera ser usada. Y yo aún no soy adivina.
3. Y más importante: la libertad de expresión no existe. Menudo notición, ¿verdad? Bueno, pues lo siento, pero es algo que me cabrea y mucho. Pasan los años, sigo dedicada a esta profesión y no consigo que la indignación del primer día se me pase.
La libertad de expresión es un Derecho contemplado en la Constitución y en el sistema judicial de este país. Los medios de comunicación, y los periodistas, somos sus garantes. Y nuestros jefes se la pasan por el forro. Genial. Simplemente genial. Ya está mal que no se toquen ciertos temas, y ciertos ángulos, pero que encima se prohiban palabras… Y no se hace porque sean falsas las afirmaciones, como en mi caso, sino por no dañar las relaciones, personales o no, con el sujeto noticiable en cuestión. O bien se obliga a usar ciertos enfoques y ciertas palabras para beneficiar a terceros…
Ayer Impe afirmaba que la mía era una de las pocas profesiones chulas que podían existir. Hoy discrepo absolutamente de ti. Mi profesión es una mierda, escudada bajo un aura de supuesta pureza y servicio social, nos dedicamos a manipular a los pobres incautos que deciden confiar en nosotros (también es culpa suya por no contrastar). Ejercicio sumamente didáctico es el de coger un día todos los periódicos (los de tirada nacional bastan) y comparar las mismas noticias en cada uno. Si lo alargas una semana el resultado es para asustarse y echar a correr. Alguna vez lo he hecho (durante un año entero como ejercicio de clase) y es de lo más aleccionador. Algún día, quizás y si estoy de humor, lo haga en el blog, explicando las diferencias entre los titulares y las historias, aunque con los primeros bastan. Y no sólo las evidentes, sino también las más sutiles que nos enseñan en la facultada y que a la mayoría de los mortales, oh desgraciados, se les pasan por alto. Por ahora, me voy a rumiar mi cabreo mientras leo sobre las pirámides y su construcción.

Mi familia y otros animales July 20, 2004

Posted by Tindriel in Yo soy yo.
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10.15

Además del título de una maravillosa y divertidísima novela autobiográfica que todos deberíais leer, es la frase más cercana a lo que me va a ocupar hoy: la relación de mi familia con los animales. Sobre la segunda parte dela trilogía literaria, Bichos y demás parientes, escribiré en otro momento. En mi vida casi siempre ha habido animalitos: hamsters, tortugas de orejas rojas, periquitos… Pero los más curiosos, por su comportamiento, han sido (y siguen siendo) los tres gatos (Carbón, Gaspar y Ulises), dos perros (Can y Stanley) y un conejo (Tomás).
Con todos ellos, salvo con Ulises mi padre tiene una curiosa teoría: en mi familia amariconamos a los animales. Y cada vez estoy más convencida de que es así.
Can fue el primero en llegar a casa. Yo debía tener unos 7 u 8 años. Era un precioso pastor alemán, hijo de la perra de mis tíos. Le trajimos a casa cuando a penas contaba un mes, por lo que hubo que devolverle con su madre un tiempo. Al principio yo le daba de comer en biberón, y se acostumbró tanto a estar en mis brazos que incluso quería lograrlo cuando ya era un señor perro. De cachorro siempre que podía se tumbaba en mi regazo, y lo lograba muchas veces dada mi costumbre de sentarme en el suelo. Lo que no sé es cómo no me rompió una pierna… Pero que fuera cariñoso conmigo o con mis padres es, dentro de lo que cabe, normal. Lo que no lo era tanto es que perdiera el culo por los mimos de los desconocidos. Si alguna vez alguien hubiera entrado a robar a mi casa, Can se habría limitado a tumbarse panza arriba demandando caricias… Por eso cuando tuvimos que darle a otra familia (el perro podía conmigo y yo era la que más tiempo pasaba con él) no le costó nada irse con ellos. Sé que luego nos echaba en falta, pero nada grave.
Luego llegó Carbón, un gato blanco y negro (parecía que llevaba frac) que cogimos del trabajo de mi madre para una amiga suya. pero claro, estuvo 15 días en casa y yo ya no quería dejarle. Mi padre, muy a regañadientes aceptó (luego le llegó a querer mucho). Cuando le cogimos, lo hicimos porque de todos los que había en el patio, él era el más independiente (la amiga de mi madre pasaba mucho tiempo fuera, así que era lo mejor). Pero fue llegar a casa y cambiar radicalmente. Se comportaba más como un perro: me seguía a todas partes, no hacía más que pedir mimos, y jamás se mostró desagradable con nadie, ni siquiera con desconocidos.
Lo mejor de todo su comportamiento venía por la noche. Carbón tenía un cojín en un escalón para dormir. Cuando nos acostábamos todos subía allí, y se hacía el dormido. Esperaba a que todos hubiéramos apagado las luces, y que nuestra respiración se relajara al ritmo de los sueños. Entonces, sigilosamente, bajba las escaleras y se apostaba en el marco de mi puerta. Con cuidado, subía a mi cama, a los pies. Y allí se quedaba hasta que yo volvía a dormirme, momento en el que ascendía a la altura de las rodillas. Cada vez me despertaba, y cada vez esperaba a que volviera a dormirme para dar el siguiente paso: tras las rodillas iba el regazo, luego el cuello (zona de la nuca), la cabeza coronilla) y, finalmente, se acababa metiendo en mi cama, con su cabeza apoyada en la almohada y una patita saliendo de entre las mantas. Era más mono…
Carbón se escapó tras un infernal viaje camino a Sotillo. Le he visto alguna vez, y siempre se ha dejado acariciar…
Años más tarde, en 1996, llegó Stanley, mi querido perro alfombra. Se supone que es un cazador, pero no cazaría ni una mosca… Mis padres decidieron llevarle a adiestramiento, sólo para educarlo, nada de ataque, dijeron. Pero ya puestos, ¿por qué no enseñarle a defendernos? dijeron los dos. Yo me negaba, pero daba igual: yo era quien le acompañaba en el adiestramiento. No sé si es que él pasaba de todo, o qué, pero el caso es que la educación en ataque no tuvo ningún efecto. Se limitaba a mover el rabo, echarse patas a rriba y jugar con el que se suponía que me estaba atacando… Un desastre pedagógicamente hablando, pero yo le quise más por su pasotismo. Hoy día, sigue igual de alfombra…
Gaspar fue el siguiente. Un gato callejero, blanco, al que recogí tras ser atropellado. Mis padres estaban de vacaciones, y mi perro Stanley estaba con ellos. Cuando volvieron, mi padre me miró mal, y mis animales se alegraron de tener mútua compañía. Era genial verlos jugar, el gato sobre el lomo del perro, lamiéndose, compartiendo comida y cunco del agua (Stanley era el que compartía, realmente). Finalmente, cuando me fui a Córdoba, hubo que regalarlo. Hoy vive en Toledo, en casa de una amiga de mi madre. Y vive como un rey.
Tomás llegó a mi vida desde una carnicería. Estaba metido en una caja, bajo un cartel que ponía conejos frescos. 1.000 ptas. (lo sé, el cartelito se las traía…). Yo estudiaba veterinaria, y me pareció una crueldad, así que entré y le pedí al carnicero que me diera al animalillo, previo pago de su importe, y le dejara la cabeza donde estaba. Me lo llevé a casa, bueno, a la de mi ex. Y allí, en una jaula, estuvo varios meses. Le sacaba cuando yo estaba por allí, y así al menos me hacía compañía. Al tiempo, parecía un perro, y si le llamabas, acudía. Se restregaba como un gato y buscaba las caricias. Por distintas razones que no vienen al caso, tuve que llevarle a casa de mis padres, y mi progenitora le soltó en El Pardo. No sé qué ha sido de él.
Y el último es, como ya sabéis, Ulises. Él es el culpable de esta entrada, el que me a ha sugerido. ¿Cómo? Muy sencillo: probad a lavaros los dientes con la mano derecha, mientras un pequeño y mimoso gato negro descnasa sobre el brazo izquierdo, que está haciendo un ángulo de 90º con respecto al cuerpo, y en parte del antebrazo, que hace otro ángulo de 90º con respecto al brazo… O intentad escribir al ordenador con un minino encima del teclado (claro, como le haces más caso al teclado…); o hablar por teléfono mientras intenta ponerse entre el micrófono y tu boca… Lo mejor es que al irme le he dicho que me diera un beso… ¡¡y lo ha hecho!!
En fin, que no sé si la teoría de mi padre es o no cierta, pero desde luego que un poco raritos les volvemos…

Las llamas July 15, 2004

Posted by Tindriel in La vida.
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16.20

Finalmente no he podido volver a mi antigua casa. Y no podré hacerlo hasta mañana, si me fío de los informes recibidos desde el terreno. El fuego se ha adueñado de parte de mi antiguo barrio, y mientras conducía para allá sólo deseaba que no se quemara mi casa. Mi ex casa.
Ya no me queda nada en ella. Sólo polvo y una nevera que limpiar. Pero dentro, incombustibles, están mis recuerdos. Todo un año encerrados en cuatro paredes, en un espacio más bien pequeño. Según sé no ha pasado nada en mi edificio. Las vigas de madera siguen en su sitio, y los recuerdos siguen allí dentro. Pero por un momento, según me acercaba con el coche, he temido por todo ello. Las lágrimas pugnaban por salir, pero no las he dejado. No tenía sentido. Ni siquiera ahora entiendo por qué me ha afectado tanto, incluso cuando sabía que no había sido en mi casa.
Han sido 12 largos meses. Más de 365 días allí dentro. Con mis sueños, mis alegrías, mis frustraciones y mi día a día. Deseando, en ocasiones, escapar de allí. Pero esa casa se ha quedado un pedacito de mí. Los primeros meses no estuvieron mal. Los de en medio fueron fatales. Y los últimos… esos han sido muy buenos. Ha sido una buena casa. Que me acogió antes incluso de que me hiciera a ella. Que ha cambiado con el tiempo, pero con la que siempre he encajado. Cerraba la puerta y estaba en casa. Daba igual cómo hubiera ido el día de mal, allí estaba a salvo. La echaré de menos. Y la recordaré mucho.
Las llamas siguen arrasando el edificio. Y siento que a cada embestida algo me separa un poco más de esa antigua vida. Porque me doy cuenta de que la despedida pudo ser trágica, de haber sucedido de otra forma, pero que, en cualquier caso, es definitiva. Y sí, lo he elegido yo. Pero me apena igual separarme de las verdes paredes y las vigas vistas.
Y mientras escribo esto pienso en otras cosas que tengo que decir. Lo primero, que el polvo que crían las cosas en mi casa (en la nueva) o fuera de ella, lo crían única y exclusivamente por mi culpa. Soy yo la descuidada.
Dos, que me preocupa que la gente espere a John Cleese y su guión absurdo, aunque no tenga nada que ver conmigo. Es uno de los inconvenientes de comerse demasiado la cabeza: me preocupo por todo y por todos, aunque no tenga nada que ver conmigo.
Tres: agradecimientos. A Gorpik, Luiyo, FaHsS!!! y Athair por llamar o mandar mensaje para ver si estoy bien. Sois un encanto.
Lo cuarto y último, que necesito unas vacaciones. Pero de verdad, no de las de tener a mi madre en casa y montar estanterías y muebles. También creo que necesito unas vacaciones de blog, nada definitivo, pero estoy algo cansada de medir palabras y buscar temas. Por ahora sigo pensádolo.

Mudanzas, gatos, ordenadores y… July 15, 2004

Posted by Tindriel in La vida, Yo soy yo.
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11.45

La mudanza está hecha y terminada, o eso creo. Ya sólo falta limpiar la antigua casa, colocar de verdad libros y cds, comprar un cuadro, o dos, y terminar de empapelar y tapar la terrible cenefa de la cocina (el baño lo dejo para septiembre).
Algunas cosas no caben, la mesa de estudio es centímetro y medio más larga de lo que debiera (he tenido que cambiar su ubicación) y otras combinaciones no terminan de gustarme. Pero hay tiempo, no me voy a agobiar con eso. El caso es que la casa está. Y Ulises está en ella.
Su presencia es, a un tiempo, deliciosa y molesta. Sí, porque que se tumbe en tu regazo mientras escribes al ordenador, o mientras ves una peli, es genial. Le oyes ronroneando cuando entras en una habitación y se te cae la baba. Pero que te despierte a las 7 de la mañana porque quiere comer, y no quiere hacerlo solo, es mosqueante. Más si al prepararte un té descubres que no te queda la variedad para el desayuno. Pero bueno, no me quejo, los momentos buenos son más que los malos, y los superan en calidad.
La única pega es su antigua dueña. Ayer me llamó porque quería ver al gato (cosa que me parece muy bien) y quería que le diera mi dirección (cosa que no me parece tan bien). Tuvimos una conversación muy muy desagradable. En realidad fueron 3 a lo largo de la tarde. En todas me acusó de estar escondiendo algo, de tener encerrado al gato en una jaula, de no darle de comer, de no haberle sacado del trasportín ni darle agua desde el mediodía del martes, e incluso de estar experimentando con él. Y ahí ya me cabreé, y mucho. También me dijo que no entendía por qué desconfiaba de ella, y le contesté que, simplemente, la estaba pagando con su misma moneda. Lo mejor fue cuando le dije que el gato se quejaba mientras hablábamos porque quería que le cogiera en brazos y no podía. Su respuesta fue “¿pero qué va a querer que le hagas mimos?… ¡¡Si ni siquiera me los pedía a mí y a ti no te conoce!!”. No dije lo que pensaba, pero me faltó un pelo.
Y mi portátil está muerto. O hibernando, que para el caso es lo mismo… No funciona. Plutarquete estuvo en casa y le echó un vistazo, pero no sirvió de nada. Sigue sin querer encenderse cuando aprieto el botón de on. Mierda, mierda, mierda. Formatearlo para esto… Y lo peor es que he pedido el ADSL y necesito el jodío ordenador. ¿Alguien sabe cómo despertar un portátil durmiente y está dispuesto a trasladarse a mi casa a cambio de una cerveza y algo de comida?
En casa de mis padres, el domingo, recuperé unos viejos cuadernos. Mis diarios de adolescencia. De los 13 a los 19/20 años, más o menos. Dudé entre quemarlos o leerlos, me convencieron para lo segundo, y ahora (cuando voy por los 16 años) creo que debería haber hecho lo primero. He dejado de leerlos. Me deprimen. Fui una adolescente veleta, caprichosa y bastante tonta. Sí, ya sé que todos lo fuimos en algún momento, pero lo mío era pasarse. No me gustaba nada, y ahora tampoco me gusto a esa edad.Y no, lo que era no me ha traído aquí. Si lo ha hecho algo ha sido lo que me pasó después, a partir de los 19 años, y la persona en que me convertí con los golpes. La adolescente de entonces no habría llegado hasta aquí. Jamás os hubierais hecho amigos suyos, lo sé. Yo tampoco habría podido.
La casa es grande. Demasiado grande a veces. Sobre todo cuando me invade la nostalgia, la morriña, o la tristeza. Ulises ayuda, pero a veces no es suficiente estar detrás de un gato para que no se suba a mi cama. Pero, sobre todo, la casa está lejos de todo y de todos. Y los pocos kilómetros que me separan de la ciudad se me hacen eternos. Saber que iba a pasar no ayuda en absoluto. Las noches son frías y las distancias se antojan altos muros casi infranqueables. No quiero ponerme así, no me gusta. Menos cuando hay más gente diciendo que algo malo va a pasar. Mientras, una carta, que cada vez me parece más absurda y futil, descansa en un cajón esperando tiempos mejores. Cría polvo. Como otros objetos que aún no están en la casa, y otros que aún no han salido de ella.
Hay cosas, mías, que empiezan a lastrar el alma. Palabras que no me han dicho crean pesados silencios en mi salón. Augurios desagradables me invaden y la tristeza empieza a ganar la partida, aunque sepa que no debo dejarla.
Hoy vuelvo a mi antigua casa. Cuatro paredes que me traen demasiados recuerdos, que eran un auténtico refugio. Sólo han pasado unos días, pero qué distinto es, no sólo parece, todo ahora…